Thursday, August 30, 2007

Toma de Las Tunas, golpe decisivo a la dominación española


Foto del Fuerte de La Loma, en Puerto Padre, recién concluida la Guerra de Independencia.

Por Hernán Bosch

En 1897 Las Tunas constituía un estratégico punto de enlace entre importantes poblaciones y enclaves militares de la colonia en la Isla, como Camagüey, Holguín y Bayano.

Por ello, el general Calixto García, reconocido estratega en el ejército insurrecto cubano, decidió asaltar y tomar este asentamiento poblacional, que contaba con una sólida fortificación exterior e interior.

La batalla se inició el 28 de agosto del mencionado año y se extendió durante tres días de duros enfrentamientos, hasta que el día 30 el jefe de la dotación española en la plaza, comandante Javier Civera, ordenó la rendición de sus tropas.

El general García, en gesto humanitario, prometió y cumplió el respeto a las vidas de más de 200 prisioneros que hizo al terminar la batalla.

Los combatientes cubanos ocuparon cerca de mil 200 fusiles, 500 proyectiles de cañón e igual cifra de sables, entre otros pertrechos de guerra, además de una gran cantidad de medicamentos que luego servirían para montar un punto sanitario de las tropas insurrectas.

Pero, además de la importancia estratégica de esta victoria, hay algunos hechos interesantes desde el punto de vista histórico.

En el acontecimiento se estrenó un cañón de dinamita operado por José Martí y Zayas Bazán, hijo del Apóstol de la Independencia de Cuba.

Por coincidencias históricas, perdió la vida en el hecho Ángel de la Guardia Bello, quien acompañara a Martí cuando una avanzada española acabó con su vida en Dos Ríos.

Otro de los héroes de aquella epopeya fue Carlos García Vélez, hijo de Calixto, en tanto también sobresalió el brigadier Julián Santana, de origen canario, quien estaba responsabilizado con el aprovisionamiento de las tropas cubanas.

Eran momentos en que el occidente del país resistía el acoso de las fuerzas de la metrópoli, Gómez derrotaba en La Reforma a las mejores tropas del famoso general ibérico Weyler y Calixto García asaltaba plazas militares en Camagüey y Oriente.

La toma de Las Tunas y su posterior incendio para que no volviera a ser ocupada por el ejército español, constituyó, sin dudas, un importante aporte a la definitiva derrota del colonialismo en Cuba.

Friday, August 10, 2007

Desde Galicia, España




Norge Batista en la escuela habanera de Santaballa
Texto y foto: Xoán R. Cuba

Vilalba (Lugo).- Recientemente se efectuaron aquí los XV Encontros na Terra Chá organizados por la Asociación Cultural Xermolos, para rendir homenaje al Grupo de Investigación Chaira (compuesto por Ofelia Carnero, Mercedes Salvador, Antonio Reigosa y este redactor, y al también escritor e investigador Xosé Miranda, por sus trabajos y publicaciones relacionados con la Literatura de tradición oral de esta comarca gallega.

A los actos fue invitado el reconocido cantautor cubano, Norge Batista, integrante del Movimiento de la Nueva Trova, quien se encuentra en esta región española en cumplimiento de su tradicional presencia en los Conciertos de Verano organizados por los diferentes Ayuntamientos.

El trovador ofreció un concierto en la sede de la Antigua Escuela Habanera de Santaballa, en el cual interpretó varias de sus creaciones más recientes y recordó algunas que ya son del conocimiento de los españoles en general y los gallegos en particular, desde su primera visita a estas tierras en el verano de 1995. Juntó a él actuó también el grupo local A Quenlla.

A continuación los asistentes visitaron las instalaciones de esta Escuela que acaba de ser restaurada como centro cultural de la parroquia de Santaballa y celebra ahora su primer centenario, ya que fue construida en el año 1907 por la Liga Santaballesa, una asociación de emigrantes de esta parroquia constituida en la Habana, que se encargó de promover la fundación del plantel y enviar desde Cuba el dinero necesario para su construcción.

Para el cantautor de Las Tunas fue verdaderamente emotivo participar en estos actos realmente entrañables en un edificio que desde su fundación y todavía hoy, está presidido por las banderas, gallega, española y cubana.

Crean sistema contra sequía en región menos lluviosa de Cuba


Por Raúl Estrada Zamora

Las Tunas, Cuba, 10 ago (AIN) Especialistas del Centro Provincial de Meteorología de Las Tunas crearon un sistema para diagnosticar los períodos más críticos de sequía y prevenir desastres agrícolas en esta región, la menos lluviosa de Cuba.

El programa abarca los ocho municipios del territorio, a unos 670 kilómetros al este de La Habana, y ha permitido determinar que la zona norte es la de más escasas precipitaciones, hecho particularmente perjudicial para las comarcas de Manatí, Puerto Padre y Jesús Menéndez, en ese orden.

Camilo Más García, coordinador del proyecto, dijo a la prensa que se trata de un producto informático capaz de ofrecer datos para ayudar a los agricultores a sembrar, cultivar y cosechar en el momento oportuno, sin peligro de perder el esfuerzo y los recursos invertidos.

Afirmó el experto que la novedad consiste en sustituir el manejo de la crisis por el del riesgo de sequía, fenómeno cuyas consecuencias afectarán a la provincia cíclicamente, y contra el cual solo es posible luchar mediante la aplicación de los logros científico-técnicos.

Con una economía fundamentalmente basada en la producción agropecuaria, esta es la provincia cubana que más sufre el azote de la seca, y aunque en el pasado año aquí llovió por encima de la media histórica, la escasez de agua sigue siendo un gran obstáculo para producir alimentos.

Los trabajadores del Centro Provincial de Meteorología de Las Tunas mantienen más del 94 por ciento de efectividad en los pronósticos sobre el estado del tiempo, cifra por encima de la media nacional, y desde hace seis años ocupan integralmente el primer lugar entre sus similares del país.

Saturday, August 04, 2007

Leyendas de Camagüey

Ciro Bianchi Ross

Catorce mujeres, entre ellas la esposa del alcalde de la villa y las dos hermanas del cura de la parroquial mayor, fueron secuestradas en Puerto Príncipe por el filibustero francés Francis Granmont que pidió rescate por ellas. Corría el año de 1679. Granmont, que había desembarcado en La Guanaja, en la costa norte de Camagüey, pudo llegar sin que lo advirtieran, al frente de sus 600 hombres, hasta La Matanza, en las inmediaciones de la cabecera del territorio, pero allí los descubrió el cura Francisco Garcerán que regresaba de un paseo campestre y huyó como alma que lleva el diablo cuando quisieron echarle garra. A todo galope entró en Puerto Príncipe y anunció la presencia del enemigo, lo que permitió a la vecinería ponerse a buen recaudo con lo más valioso de sus pertenencias. Fresca estaba todavía en la memoria de los principeños el asalto del corsario británico Henry Morgan que en 1668 saqueó con sevicia la ciudad, quemó sus archivos y asesinó a muchos de sus moradores, mientras que otros morían de inanición encerrados en las dos iglesias con las que entonces contaba la primitiva Camagüey. Pese a que no hubo allí objeto de valor que se salvara de la rapacidad de Morgan hubo que darle, para que se fuera, los 50 000 pesos que se recolectaron a duras penas, suma esa que le pareció ridícula al corsario, ya que no le bastaba, dijo, para pagar deudas, y 500 reses saladas que hubo que cargarle a hombros hasta donde aguardaba su flotilla.

Esta vez no sucedería lo mismo, pero los fusileros de Granmont lograron capturar a un grupo de principeños, entre ellos las 14 mujeres, con los que pensó buscar una salida negociada. Porque a esa hora el capitán francés se había percatado de que Puerto Príncipe era mayor de lo que pensaba y que el número de habitantes superaba sus cálculos. Temía el contraataque y fue por eso que hizo saber a las autoridades de la villa que estaba dispuesto a devolver a los rehenes e incluso el magro botín que había conseguido a cambio de que lo dejaran marcharse en paz.


EL VALOR Y LA HONRA
Y ahí fue donde el alcalde se paró en 31 a pesar de tener a su esposa prisionera o quizás por lo mismo. Lleno de arrogancia y confiado en el coraje de sus hombres hizo saber al pirata “que si por la presa de las mujeres presumía que él y su pueblo habían de admitir pláticas y capitulaciones ignominiosas, vivía engañado porque, aunque se las llevasen a todas y la primera la suya, no cedería un punto del valor y la honra de la nación española”. Los franceses, sabiendo ya a qué atenerse, pusieron rumbo a La Guanaja, donde dejaron sus naves, y para protegerse colocaron a las mujeres como escudo en la vanguardia de la tropa. Poco importó eso a los principeños y atacaron a los filibusteros a la altura de la Sierra de Cubitas. Un combate con bajas cuantiosas de parte y parte y que la fusilería decidió a favor de los franceses que llegaron al fin a sus barcos y subieron las mujeres a bordo. Lo que hasta ese momento fue gallardía en los criollos se convirtió en llanto y crujir de dientes. No les quedó más remedio que juntar el crecido rescate que Granmont exigía por las cautivas, y, aunque el cura empeñó las lámparas de la iglesia parroquial, el tesoro tuvo que recolectarse moneda a moneda durante treinta largos días en los que los hombres estaban aquí y las mujeres allá. Recaudaron así una cantidad satisfactoria, la entregaron al pirata y este dispuso que volvieran a tierra las prisioneras.

¿Qué pasó en los barcos con las principeñas a bordo? No se sabe. Las mujeres no lo contaron y los hombres prefirieron pensar que aquellos piratas por muy piratas que fueran eran también caballeros y que como tales se comportaron. Volvieron, asegura el obispo Morell de Santa Cruz en su libro La visita eclesiástica, “colmadas de obsequios y muy agradecidas del sumo respeto con que las trataron”. ¡Vaya usted a saber!


EL SANTO SEPULCRO
Encontré esa preciosa historia, nunca contada en todos sus detalles, en Leyendas y tradiciones del Camagüey, del laureado poeta Roberto Méndez y que me hizo llegar desde esa ciudad, junto con otros materiales interesantísimos, el lector Enrique Echevarría Salazar, a quien no tuve ocasión de agradecerle antes. Un libro delicioso el de Méndez, que se lee de un solo trago y en el que las leyendas viven en su propia fulguración. Ahí están las del aura blanca y el padre Valencia, la de los ensabanados del San Juan, la de Dolores Rondón, la del indio bravo... y la del Santo Sepulcro, que contaré ahora. En 1746, luego de la muerte de su esposa y ya con una numerosa prole, Manuel Agüero Ortega decide ingresar en la carrera eclesiástica. Su primogénito y el hijo de cierta viuda a la que don Manuel protegía y que tal vez fuera su hijo natural, estudiaban en La Habana. Se enamoraron ambos de la misma mujer; prefirió esta al hijo legítimo, y el otro, atormentado por los celos y el resentimiento, hirió de muerte al elegido. Dicen que demoró en expirar y que cada vez que el juez le preguntó el nombre de su agresor respondió: El que me ha herido está perdonado. Huyó a Camagüey el fraticida. Se sinceró con su madre y esta en medio de la noche acudió a contarle toda la historia a su benefactor. Nadie sabe cómo fue la entrevista, el caso es que don Manuel proveyó al asesino de un caballo y le entregó una talega de dinero, es decir, 60 onzas de oro o mil pesos con el ruego de que se pusiera fuera del alcance de sus otros hijos. La pena llevó a don Manuel a alejarse más del mundo. Entró como fraile en el convento de La Merced y dedicó la parte de su capital que le hubiese tocado al hijo muerto, a la decoración del templo. Con monedas de plata mandó construir un Santo Sepulcro, el arca que se destina a guardar la imagen del Cristo yaciente, las andas correspondientes, el altar mayor de la iglesia y varias lámparas monumentales con cadenas también de plata.

Pasaron los años. En 1906 hubo un incendio en La Merced y el altar mayor y las lámparas sufrieron daños irreparables, no así las andas y el Santo Sepulcro que es, desde el siglo XVIII, uno de los mayores y mejor elaborados exponentes de la orfebrería cubana.


EPITAFIO

Dedica Méndez espacio en su libro a ciertos epitafios memorables y cuenta que en 1879 falleció en Camagüey Rosalía Batista, dama de respetable relieve social. Su viudo, Agustín Montejo, desconsolado, hizo colocar sobre la tumba este sentido epitafio:

Si el ruego de los justos tanto alcanza, Ya que ves mi amargura y desconsuelo, Ruega tú porque pronto mi esperanza Se realice de verte allá en el cielo.

Pero don Agustín se enamoró de nuevo y contrajo nupcias en 1882. Entonces un chusco de los que nunca faltan tuvo la ocurrencia de colocar, con letras negras, bajo la inscripción citada, un cartel en el que se leía esta frase: “Rosalía, no me esperes”.

Nuestro parque Maceo



Por Juan Morales Agüero
El Parque Maceo es uno de los espacios públicos más acogedores de nuestra ciudad. ¿Qué tunero no se ha tumbado a descansar en uno de sus bancos de granito o no lo ha recorrido de un extremo a otro en menesteres de trabajo?

El terreno donde se asienta esta entrañable instalación era apenas un solar yermo durante el siglo XIX. No fue hasta sus postrimerías cuando se comenzaron a construir las primeras edificaciones a su alrededor. Se le dio por llamar entonces Plaza del Mercado y más tarde Plaza Cristina, en honor a una soberana española del mismo nombre.

Al hacer su debut el año 1900 todavía no se apreciaban en torno a la Plaza muchos inmuebles residenciales. Sin embargo, tiempo después la zona comenzó a poblarse rápidamente y a exhibir una intensa actividad comercial y cultural por intermedio de la venta de diversos productos al detalle, la proliferación de negocios particulares y el alquiler de terrenos para que los circos levantaran sus carpas repletas de payasos, animales y trapecistas.

La inmejorable ubicación de la otrora Plaza Cristina permitió que fuera privilegiada por el florecimiento económico de la ciudad. Después del Parque Vicente García, que por entonces se llamaba Plaza de Armas, resultó el sitio de mejores posibilidades. Las fuerzas vivas levantaron campamento en su torno, a sabiendas del filón que se les ofrecía. El desarrollo citadino de la época tuvo entre sus incentivos este lugar de mil remembranzas.

En la década de los años 30 del pasado siglo, adoptó el nombre de Parque Maceo, en memoria de una de las figuras más recias de nuestras guerras independentistas. Se convirtió en un espacio de amplia raigambre popular, donde acudían y acuden los tuneros para conversar sobre los más disímiles asuntos.

Los estudiantes de las escuelas públicas cercanas nunca estuvieron ajenos a la connotación del parque Maceo, y contribuyeron a fomentarle un futuro lleno de follaje. Para ello comenzaron a celebrar lo que llamaron “Día del Árbol”, jornada en la que sembraban una planta que solía ser, por lo común, un pequeño laurel. .

Hoy, el Parque Maceo forma parte del centro histórico de la ciudad. En sus inmediaciones se agrupan importantes dependencias, tales como la Dirección Provincial de Educación, la sede provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Palacio de los Matrimonios y algunas tiendas y talleres.

Quien visite Las Tunas no puede prescindir de llegarse por el lugar, sin dudas uno de los sitios más pintorescos de nuestra capital.