Thursday, April 09, 2015

VIVIENCIAS DE UN JOVEN REBELDE/ Por Enrique José Villegas Arias






     
El tiempo deja a cada persona vivencias inolvidables, que con los años se arremolinan en la mente, para volverlas a  recordar  con alegrías y también con  tristezas, porque jamás se repetirán y hoy son partes inseparables
de nosotros.
 
A mi ciudad natal  de Puerto Padre regresé después del 1 de  Enero de 1959, pues tuvimos que abandonarla ante las   amenazas de asesinarnos, hechas por el Sargento Mora, del ejército batistiano.
 
¿ El motivo del peligro?...
 
El socorro brindado por mi familia a un miembro del Movimiento 26 de Julio, quien junto a otros en Puerto Padre, asaltaron en acción suicida a la Junta Electoral, edificio transformado en cuartel de los ¨casquitos¨, con  la finalidad de conseguir armas para luego dirigirse al monte, donde estaban los campamentos del Ejército Rebelde. 
 
Hace 53 años atrás miembros del Ejército Rebelde recorrieron las aulas del Centro Escolar Josefa Agüero, de la ciudad de Puerto Padre, para invitarnos a integrar la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
 
 
Recuerdo que el entusiasmo prendió en un grupo, la guerra contra la dictadura de Fulgencio Batista había terminado, pero aún estaban muy frescas las narraciones sobre combates, escaramuzas, sabotajes y ajusticiamientos de chivatos.
 
También en mi imaginación la Guerra de Independencia aún no había terminado, pues cada domingo después de escuchar la misa del Padre español Francisco de Salazar, en el desayuno con mi bisabuela   Doña Socorro Trinchet Ponce de León, ella narraba todas las peripecias de su vida en la manigua junto a mi bisabuelo  Manuel de Lucio Villegas, agente de la inteligencia mambisa, quien al llamado hecho por Martí A los Pinos Nuevos, abandonó la ciudad alemana de Bremen, donde ejercía como abogado para incorporarse  a la  lucha por la libertad de Cuna.
 
Para mi todo era igual. No había diferencias y formé un simple esquema a partir de su entusiasta testimonio: los casquitos eran los españoles y los rebeldes los mambises, confusión infantil que por poco me cuesta la vida…Pero ese no es el tema para este testimonio, sino que lo será para otra ocasión.
 
Los reclutadores que se encontraban en el Centro Escolar Josefa Agüero, de Puerto Padre, nos indicaron que los interesados debíamos personarnos en un vetusto edificio, casi en ruinas, que ocupaban la Marina de Guerra y la Aduana, en la Villa Azul, muy cerca del muelle del que partían los barcos de Pepe Roque hacia el Cayo Juan Claro y la playa de La Boca.
 
Hasta la desvencijada edificación , con paredes requebrajadas y llenas de humedad, fui con  otros estudiantes más, cuyos nombres no recuerdo en estos momentos y nos presentamos ante el  responsable de la Asociación de Jóvenes Rebeldes  en Puerto Padre nombrado, Ángel Concepción.
 
Pensábamos que nos entregarían los fusiles Garand y Springfield del desparecido ejército batistiano para recibir instrucción militar, aprender su manejo y hacer las guardias  en ese local.
 
…Pero enorme disgusto ganamos, los esperados ¨fusiles¨ tenían esa forma, pero hechos de una madera muy pesada y cuando los situábamos a nuestro lado en posición de firmes, eran tan o más altos que nosotros.
 
No obstante, otros alicientes suplieron nuestro disgusto, pues nos daban entusiasmo con adrenalina desbordada,  después de eso subimos el Pico Turquino. 
 
Posteriormente, se abrió en Puerto Padre, la oficina de las Milicias Nacionales Revolucionarias cuyo responsable se nombraba Héctor  Ochoa.
 
El era vecino y aceptó mi ingreso pues yo era mecanógrafo, necesitaba uno con urgencia, pero había un inconveniente: mi corta edad.
 
Mi padre y él conversaron y llegaron a un  acuerdo. Me incorporo a ese trabajo voluntariamente, o sea, sin ganar un centavo, salvo las abundantes y sabrosas meriendas que nos preparaban sus bonitas hermanas.
 
De mi estancia en el lugar recuerdo las montañas de planillas, fotos, goma de pegar, de borrar, junto a largos listados con los datos de milicianos, así como los números de pelotones y compañías.
 
Recuerdo que el mejor miliciano que había en ese entonces se nombraba Arcadio Martínez, de quien supe después que llegó a ser un alto oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
 
Arcadio era mucho Arcadio, una  persona incansable, ejemplo para la tropa porque infundía respeto con su sacrificio, siempre dispuesto a cumplir un cometido sin importar hora o día.
 
Hago un alto para reconocer su estatura humana, sería injusto de mi parte no hacerlo.
 
Era capaz de hacer largos recorridos a pie por el litoral norte de la provincia de Las Tunas, con su descolorida mochila cargada de sueños, un nylon, unas pocas balas, alguna conserva y un fusil que pedía mantenimiento a gritos.
 
 
Años después  mis padres se separaron y retorné a vivir con mis abuelos maternos, a la ciudad de Las Tunas, donde logré concluir mis estudios primarios, secundarios para continuar los de preuniversitario en el Bloque 3 de la Ciudad Escolar Ciro Redondo, de Tarará, en La Habana, y luego dirigirme a Santiago de Cuba, donde en 1973 concluí los estudios de Licenciatura de Periodismo.
 
En este apretado testimonio, dejé a un lado otros hechos de los que fui partícipe, me impactaron y contribuyeron a  mi formación, ante los nuevos retos de la vida.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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